Coque Malla: «El arte y la ficción no se pueden juzgar con las mismas reglas que la vida real»

A 2024 me da la impresión de que te apetece más contar que cantar. O como mínimo, lo mismo. Porque en casi todo lo que se puede leer sobre tu gira Aunque estemos muertos sale la palabra storyteller.

A lo mejor has leído sobre un montaje anterior, que sí era un monólogo. Este va a ser nada más que un concierto de rock.

¿Sí? Pues los textos promocionales que he leído deben hacer el típico matxembrat que luego, ya sabemos, se copian-pegan y repiten hasta la saciedad entre la prensa.

Pues ya te digo que nada que ver con este directo, que es solo energético y con banda.

Pues me ha jodido la siguiente pregunta, que venía al hilo y me parecía inevitable hacérsela al storyteller. Si habida cuenta de las posibles acepciones del término, Coque Malla es más narrador o cuentista, ya que no es lo mismo.

[ríe] En efecto, era una gran pregunta, la más grandiosa imaginable. Y no tengo respuesta para cuestiones así, contéstala tú.

Hay algo que de siempre me ha molestado en Los Ronaldos y en Coque Malla: que no se hable más y reivindiquen más vuestros textos. No hace falta ser florido, barroco o metalingüístico para hacer poesía, o para tener fondo poético, y siempre estuvo ahí.

No sé de qué habla la gente, pero supongo que con Los Ronaldos los temas de los que hablábamos eran otros porque nos preocupaban otras cosas, que tal vez no interesaban a toda esa gente o a la mayoría. Sí diría que desde los últimos dos o tres discos sí se han puesto en valor los textos, sobre todo a partir de Termonuclear (Warner, 2011) y El último hombre en la Tierra (Warner, 2016).

Otra cosa que me molesta: que no se valore más el homenaje que te marcaste, no a Lou Reed, sino al Lou Reed de Transformer en The Satellites: un homenaje a Lou Reed – Transformer (Warner, 2015). Y vaya sobrada te marcaste revisitando ese álbum.

Es normal, como dices fue una marcianada y una sobrada.

En el mejor sentido de las palabras.

Por supuesto, así lo entiendo. Fue un capricho y un homenaje. A mis amigos y a mí nos pegó fuerte la muerte de Lou Reed, incluso nos sorprendió lo fuerte que nos golpeó. Fue la primera vez que pensamos que nuestros héroes podían morir. Pero aquel disco no podía ir más allá, es normal que no tuviese trascendencia mediática, fue una tirada limitadísima hecha por el Record Store Day.

Me da la impresión de que no fue capricho de un fin de semana sino un trabajo profundo y arduo.

Trabajamos como bestias. Y eso que partíamos de una casilla avanzada porque la banda que formamos nos sabíamos el disco de pé a pá. Pero una cosa es sabértelo en casa y otra tocarlo. Y más cantarlo. No es lo mismo hacerlo sobre la voz de Reed que tú solo. Fue bestial. Pensaba que me sabía las letras, pero son larguísimas, muy surrealistas, un verso no te da pie a acordarte del siguiente, y siempre me he negado a llevar teleprompter o nada parecido.

Precisamente sobre los textos: si Coque Malla fuera un maltratador o un violador, o estuviese interesado en fomentar dichas acciones punibles, a estas alturas ya habría salido a la esfera pública y judicial, así que pregunto sin ápice de duda al respecto y por mero interés periodístico: ¿has tenido que explicarte, discutir, pelearte mucho por letras como las de «Sí, sí, sí» o «Cuidado conmigo»?

Claro. Ha habido que dar explicaciones tanto en entrevistas como hoy día sobre todo por redes. Me da mucho miedo esta moda de querer moralizar el arte y la ficción. Es estúpida y medieval. Incluso viene de gente de izquierdas o progresista que parecen querer prohibir. El arte y la ficción funcionan así y no se pueden juzgar con las mismas reglas que la vida real. Todo ello parte del subconsciente del artista, que a menudo ni siquiera sabe qué significa o qué quiere decir. Rick Rubin lo explica maravillosamente en su libro [El acto de crear. Una manera de ser, Diana Editorial, 432 pp, 2023]. Sin meterse especialmente en berenjenales, lo explica muy bien. Estuve a punto de hacerle una foto a un par de páginas. El compromiso del artista es con su arte, si está pendiente de lo que puede decir y lo que no, se convierte en algo muy grave. Uno puede querer ser un asesino en serie en una ficción, para ver qué sensaciones artísticas y de ficción le genera.

Me dice un amigo sobre tu último disco: «‘Bailo con los muertos’, ‘Aunque estemos muertos’; pregúntale qué le pasa con los muertos». Y le dije: «‘Bailo con los muertos’, Baila en la oscuridad’; prefiero preguntarle por qué tiene tantas ganas de bailar». También es verdad que son dos de los temas más calmosos.

Es que siempre me ha gustado mucho bailar. Mi primer ídolo fue Fred Astaire, y luego Michael Jackson. Pero más el bailarín que no el cantante o la estrella del pop.

De todas formas es obvio que la muerte está presente como elemento temático en este último disco.

Sí, hay muertos porque es obvio que es un disco que habla de la muerte y lo que hay alrededor.

La manera como cantas «Místico» me llevó a tu voz. Quiero decir, es un clásico respecto a tu figura: «Ah sí, Coque Malla, ese que canta [voz de pito o de lo que sea]». ¿Cómo te llevas con tu voz? ¿Sois amigos?

Desde hace un cierto tiempo sí. Creo que mi voz cambió mucho sobre todo a partir de Termonuclear, y en gran medida a partir de El último hombre en la Tierra. Fue una época de grandes episodios musicales y personales que llevaron a ello, a tener un registro más grave, a cantar con más aire y mayor profundidad.

Que inevitablemente influiría en tu manera de escribir canciones, condicionaría en mayor o menor medida las costumbres del compositor. ¿O no?

No tanto, o desde luego no conscientemente. No te sientas y dices «vamos a ver qué canciones escribo con esta nueva voz que tengo». Antes es lo que había, un poco como la has imitado tú que podrías ser el mejor imitador de mi voz de entonces, pero desde esos discos estoy muy orgulloso de mi voz. Ha habido veces en las con José [Nortes, su productor habitual] hemos dado más con la tecla de la ecualización, o por ejemplo en Aunque estemos muertos, que nos dijimos «vamos a probar con este micro». No era el habitual, o lo habíamos utilizado menos, y estoy muy contento con cómo suena mi voz en ese tema.

Siempre me ha parecido que a partir sobre todo de Sabor salado [tercer álbum de Los Ronaldos, Warner/EMI-Odeón 1990], hay un despegue muy notable en tus recursos y capacidad comunicativa.

Puede ser. Pero no es algo o no fue muy consciente. Es algo que también notas mucho en los conciertos. Porque tampoco es un cambio radical, sino que surge, fluye y es muy orgánico, no pasa todo por la cabeza.

Siempre te lo he querido preguntar: desde ese disco hay un subidón hacia el funk y el blues que ya nunca se ha despegado de tus canciones y de tu voz. ¿Es así? ¿Voluntario y decidido? Porque Sabor salado me parece el mejor disco de funk y blues de aquella década que se hizo en este país, o de aquella y las dos siguientes.

Es evidente que el blues siempre estuvo y siempre va a estar ahí, aunque solo sea por los Stones. Y desde luego también el funk, con James Brown a la cabeza. Tal vez no esté únicamente en el primero, pero a partir de ahí es obvio que han estado siempre, con Ronaldos y en solitario.

Hay cosas muy concretas de la música que me interesan muchísimo. Coque Malla con 20 años escribiendo canciones, Coque Malla con 54 años componiendo. ¿Más desordenado, más oficinista?

Bastante parecido, sobre todo en cuanto a metodología. Lo que me salía del subconsciente con quince años y lo que le sale a hora al padre de dos hijos con 54 años es muy parecido. Y sobre todo que funciono igual, con el piano y principalmente con la guitarra. Me siento y empiezo a tocar, a buscar canciones. Siempre ha sido mi concepción de ello: las canciones ya están escritas y solo hay que encontrarlas. Primero encuentro siempre las músicas, y luego sí suelo aplicar más metódicamente un trabajo de hacer las letras.

Pero las musas no pueden ser las mismas. ¿Dónde están tus musas a día de hoy?

Ni idea. Nunca lo he sabido. Por eso son musas. Si lo supiese las envasaría y me iría tranquilamente a dar la vuelta al mundo.

No es posible que te inspiren las mismas cosas. Lo habitual: si antes la noche, ahora los libros. O si antes la ciudad, ahora una mera frase surgida en una conversación en casa con amigos de toda la vida.

Es imposible saber qué te inspira. Nada es tan literal, o al menos en mi caso. Son cosas muy profundas y subconscientes que no sabes dónde están o de dónde surgen. Por eso mis textos nunca han sido muy literales, y mi obra es bastante inclasificable en ese sentido. Rubén Blades sí puede decir, de manera muy concreta, que le inspiran los problemas socioeconómicos de América Latina, pero yo no [Malla publicó en 2015 el álbum Canta a Rubén Blades, Warner 2015].